La música es de todas las percepciones que tenemos, posiblemente una de las primarias. Se produce muy tempranamente en la constitución del embrión. Es algo muy primero y primigenio, muy anterior a la infusión de la luz, a la aparición, pues, del ámbito de lo imaginario. Por supuesto, años luz del surgimiento de la palabra. La música ya tiene un poco sus primeras raíces, ya diríamos sus raíces seminales, sus semillas primeras en esa vida intrauterina y en los primeros meses de gestación del embrión, que es donde en cierta manera se reconoce, se suele reconocer como el ámbito en el cual y por primera vez se produce una especie de discernimiento originario. Una especie como de discriminación primera perceptiva entre aquello que se retiene y aquello que se rechaza. Un poco, diríamos como la raíz originaria primera de la distinción entre el bien y el mal, que en música sería entre lo consonante y lo disonante o entre lo que de alguna suena en forma de armonía o produce un efecto de cacofonía entre lo eufónico y lo cacofónico.
Es muy temprano y de una manera muy temprana donde la embriología nos muestra o nos señala, o lo podríamos llamar una cierta ginecología filosóficamente iluminada, que es ahí donde descubrimos un primer discernimiento, una especie como de protojuicio, de primer distinción; discernimiento inicial originario entre lo que suena acorde con nuestras necesidades y goce y felicidad, y se rechaza como algo doloroso, como algo separado, -quizás decía Rilke que en uno de sus estupendos poemas Elegías Duino- que más misterioso todavía que el dolor es el origen del placer y el origen del gozo. Quizás teníamos que remontarnos a este escenario primigenio. Algunos analistas de este origen de la música hablan en términos poéticos pero que a mí me resultan enormemente estimulantes, de la mujer embarazada como una especie de instrumento musical; como si fuera un violoncello, como voz de soprano, normalmente con voz, digamos, tendencialmente soprano, que en cierta manera transmite a través de una forma anterior a la transmisión aérea, que es a través de la cual el sonido discurre para nosotros los existentes, los que de alguna manera hemos salido del útero, los que estamos en la vida y en la existencia o en este mundo. Entonces la transmisión no es vía aérea sino vía acuática. Es como si tuviéramos que retroceder en música también igual que en filosofía hacia un origen que no está tanto en el aire como diría Anaxímenes, sino en el agua como en Tales de Mileto. Es decir, es a través del líquido amniótico como esa transmisión se produce y como en cierta manera el organismo naciente, en su primera percepción, descubre o discrimina esos sonidos, podríamos decir esos compases del violoncello de la madre erguida, su propia columna vertebral, su propio cuerpo erguido, precisamente por el embarazo. Es lo que en cierta manera facilita que esa transmisión perceptible por el organismo en ciernes.
Repito que el mundo musical es muy misterioso y el canto de las sirenas tiene que ver posiblemente, el canto de las sirenas con ese origen tan misterioso. El canto de las sirenas es un gran tema mitológico. Lo he puesto como título de esta conferencia, lo he puesto también como título de mi libro -lo he puesto en cierta manera como título de la conferencia evocando el libro-, en parte porque ese libro, como todo libro, es casi como una especie de testamento, es la cristalización, testamento de siete años. He trabajado siete años en ese libro. Ahora estoy un poco pensando, más bien, en otras aventuras, aunque en la misma dirección y en la misma línea.
El canto de las sirenas es un tema muy interesante, que en cierta manera nos evoca y nos retrotrae estos escenarios ancestrales y arcaicos. La música, cuando es más extraordinaria, cuando tiene más fuerza persuasiva, cuando asume mayor compromiso con la modernidad, siempre ocurre, y esto a mí me pasa en otras artes, que retrocede a la ciudad a lo más arcaico. Casi el manifiesto mayor de música que encontramos al principio del siglo XX, que es La consagración de la primavera, de Stravinski -ese gran ballet que produjo un enorme consternación y escándalo en los escenarios parisinos-, en cierta manera es un retrotraerse, como el mismo subtítulo de la obra indica, a escenarios de la Rusia pagana, un escenario casi de Edad de Piedra, lo mismo que Bartók, que en una obra breve en piano magnífica. que se llama Allegro Bárbaro, su misma indicación nos señala que, en cierta manera, es retrocediendo a escenarios muy arcaicos cómo avanzamos a la modernidad.
Pues bien, también podemos decir hoy, en un horizonte más iluminado por las doctrinas de la ciencia que la ciencia tiene que ser siempre un aliado de la filosofía y no un elemento hostil y, por supuesto, no es de la música. La ciencia, sobre todo la ciencia que desarrolla este interés preferente por el ámbito embriológico, por el ámbito de la ginecología, nos descubre ese descubrimiento del cuerpo femenino, del cuerpo de la mujer embarazada; donde allí, quizás, encontramos el origen, la raíz del fundamento del discernimiento, del juicio musical, del juicio de gusto musical, la distinción entre lo eufórico y lo cacofónico.
Es muy temprano y de una manera muy temprana donde la embriología nos muestra o nos señala, o lo podríamos llamar una cierta ginecología filosóficamente iluminada, que es ahí donde descubrimos un primer discernimiento, una especie como de protojuicio, de primer distinción; discernimiento inicial originario entre lo que suena acorde con nuestras necesidades y goce y felicidad, y se rechaza como algo doloroso, como algo separado, -quizás decía Rilke que en uno de sus estupendos poemas Elegías Duino- que más misterioso todavía que el dolor es el origen del placer y el origen del gozo. Quizás teníamos que remontarnos a este escenario primigenio. Algunos analistas de este origen de la música hablan en términos poéticos pero que a mí me resultan enormemente estimulantes, de la mujer embarazada como una especie de instrumento musical; como si fuera un violoncello, como voz de soprano, normalmente con voz, digamos, tendencialmente soprano, que en cierta manera transmite a través de una forma anterior a la transmisión aérea, que es a través de la cual el sonido discurre para nosotros los existentes, los que de alguna manera hemos salido del útero, los que estamos en la vida y en la existencia o en este mundo. Entonces la transmisión no es vía aérea sino vía acuática. Es como si tuviéramos que retroceder en música también igual que en filosofía hacia un origen que no está tanto en el aire como diría Anaxímenes, sino en el agua como en Tales de Mileto. Es decir, es a través del líquido amniótico como esa transmisión se produce y como en cierta manera el organismo naciente, en su primera percepción, descubre o discrimina esos sonidos, podríamos decir esos compases del violoncello de la madre erguida, su propia columna vertebral, su propio cuerpo erguido, precisamente por el embarazo. Es lo que en cierta manera facilita que esa transmisión perceptible por el organismo en ciernes.
Repito que el mundo musical es muy misterioso y el canto de las sirenas tiene que ver posiblemente, el canto de las sirenas con ese origen tan misterioso. El canto de las sirenas es un gran tema mitológico. Lo he puesto como título de esta conferencia, lo he puesto también como título de mi libro -lo he puesto en cierta manera como título de la conferencia evocando el libro-, en parte porque ese libro, como todo libro, es casi como una especie de testamento, es la cristalización, testamento de siete años. He trabajado siete años en ese libro. Ahora estoy un poco pensando, más bien, en otras aventuras, aunque en la misma dirección y en la misma línea.
El canto de las sirenas es un tema muy interesante, que en cierta manera nos evoca y nos retrotrae estos escenarios ancestrales y arcaicos. La música, cuando es más extraordinaria, cuando tiene más fuerza persuasiva, cuando asume mayor compromiso con la modernidad, siempre ocurre, y esto a mí me pasa en otras artes, que retrocede a la ciudad a lo más arcaico. Casi el manifiesto mayor de música que encontramos al principio del siglo XX, que es La consagración de la primavera, de Stravinski -ese gran ballet que produjo un enorme consternación y escándalo en los escenarios parisinos-, en cierta manera es un retrotraerse, como el mismo subtítulo de la obra indica, a escenarios de la Rusia pagana, un escenario casi de Edad de Piedra, lo mismo que Bartók, que en una obra breve en piano magnífica. que se llama Allegro Bárbaro, su misma indicación nos señala que, en cierta manera, es retrocediendo a escenarios muy arcaicos cómo avanzamos a la modernidad.
Pues bien, también podemos decir hoy, en un horizonte más iluminado por las doctrinas de la ciencia que la ciencia tiene que ser siempre un aliado de la filosofía y no un elemento hostil y, por supuesto, no es de la música. La ciencia, sobre todo la ciencia que desarrolla este interés preferente por el ámbito embriológico, por el ámbito de la ginecología, nos descubre ese descubrimiento del cuerpo femenino, del cuerpo de la mujer embarazada; donde allí, quizás, encontramos el origen, la raíz del fundamento del discernimiento, del juicio musical, del juicio de gusto musical, la distinción entre lo eufórico y lo cacofónico.
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