Precisamente, por esta razón, por este campo donde, digamos, la música se encuentra con los más genuino de la filosofía y de las formas del pensamiento, esta idea de que el principio es el número, pero el número sensible, el número que llega a la audición, no el número abstracto -eso será después, eso será una extrapolación-, es el número que sensibiliza en la audición, en la escucha, es el número aquel que, de alguna manera, nos surge ciertas proporciones que luego el propio Pitágoras sugiere y Platón desarrolla en algunos textos memorables, como es en el Timeo, como es en el Filebo, etc. que son los que tienen que ver con la estructura con la que está compuesta y construida nuestra propia alma.
Nuestra alma es musical, alma y música, como ya intuía esa gran filósofa que fue María Zambrano, alma y música tienen una especie de connivencia extraordinaria. La música es música del alma porque el alma está musicalmente construida. Y el alma no es sólo alma de nosotros mismos, de cada uno de nosotros, es el alma del mundo. El mundo mismo tiene una composición en lo que hay en el de orden, en el mundo hay orden. Mundo, por cierto, es una palabra que tiene resonancia, etimológicamente pitagórica, la palabra cosmos, invención pitagórica, como también es invención pitagórica la palabra filosofía. O sea, en cierta manera, la filosofía podríamos decir nace en el espíritu de a música y la música en cierta manera es reflexionada, es teorizada, esto en los orígenes mismos de la constitución de la filosofía.
El gran mérito de Platón, y esa es la razón por la cual mi ensayo, mi libro, un libro amplio de 1.000 páginas donde voy trazando un poco el perfil de 23 propuestas musicales, desde Monteverdi hasta Xenakis, desde Juan Sebastian Bach hasta Karlheinz Stockhausen, termina y concluye en una parte final, unas 150 páginas últimas, en donde desarrollo un amplio ensayo, consagrado a Platón. En cierta manera, Platón es el filósofo que mejor ha tomado la medida y el pulso de este sentido de la música, que tiene que ver con esta inteligencia, con las formas de pensamiento y también con nuestras exigencias de conocimiento. Conocimiento de nosotros mismos y conocimiento del mundo.
Aquí está un poco enunciada ya, de alguna manera, la tesis fundamental que recorre este texto mío, El canto de las sirenas , que la música es una forma de conocimiento. La música no es sólo placer, no es sólo suscitación de emociones, no tiene que ver únicamente con los afectos, por supuesto. Por supuesto que toda gran música, toda verdadera música -y aquí diría: también la que no es verdadera, la que menos auténtica, la que es monedero falso o la que es directamente- toda música pretende suscitar placer, provocar placer, remover nuestros afectos, promover una especie como de transformación en nuestras emociones y en nuestras pasiones.
La música tiene este poder. Precisamente, en el ensayo que consagro a Monteverdi muestro de distinto modo, y a través de una analítica referida a la opera de Monteverdi, cómo la música exhibe su poder precisamente en esta capacidad que tiene de conmover. De conmover, por ejemplo, en el tercer acto de la ópera, la fábula y música de Monteverdi, la capacidad que tiene de transformar un poco los sentimientos incluso un escenario hostil como es el escenario del hades, del infierno, donde precisamente es el origen, la raíz de la tragedia que delata la historia de Orfeo según la documenta Virgilio y Ovidio que son las principales fuentes clásicas de Orfeo. Prueba el poder de la música, el poder de la lira que de alguna manera suscita el cántico, precisamente al conmover a Proserpina, a Plutón, que son los representantes de las instancias infernales.
Nuestra alma es musical, alma y música, como ya intuía esa gran filósofa que fue María Zambrano, alma y música tienen una especie de connivencia extraordinaria. La música es música del alma porque el alma está musicalmente construida. Y el alma no es sólo alma de nosotros mismos, de cada uno de nosotros, es el alma del mundo. El mundo mismo tiene una composición en lo que hay en el de orden, en el mundo hay orden. Mundo, por cierto, es una palabra que tiene resonancia, etimológicamente pitagórica, la palabra cosmos, invención pitagórica, como también es invención pitagórica la palabra filosofía. O sea, en cierta manera, la filosofía podríamos decir nace en el espíritu de a música y la música en cierta manera es reflexionada, es teorizada, esto en los orígenes mismos de la constitución de la filosofía.
El gran mérito de Platón, y esa es la razón por la cual mi ensayo, mi libro, un libro amplio de 1.000 páginas donde voy trazando un poco el perfil de 23 propuestas musicales, desde Monteverdi hasta Xenakis, desde Juan Sebastian Bach hasta Karlheinz Stockhausen, termina y concluye en una parte final, unas 150 páginas últimas, en donde desarrollo un amplio ensayo, consagrado a Platón. En cierta manera, Platón es el filósofo que mejor ha tomado la medida y el pulso de este sentido de la música, que tiene que ver con esta inteligencia, con las formas de pensamiento y también con nuestras exigencias de conocimiento. Conocimiento de nosotros mismos y conocimiento del mundo.
Aquí está un poco enunciada ya, de alguna manera, la tesis fundamental que recorre este texto mío, El canto de las sirenas , que la música es una forma de conocimiento. La música no es sólo placer, no es sólo suscitación de emociones, no tiene que ver únicamente con los afectos, por supuesto. Por supuesto que toda gran música, toda verdadera música -y aquí diría: también la que no es verdadera, la que menos auténtica, la que es monedero falso o la que es directamente- toda música pretende suscitar placer, provocar placer, remover nuestros afectos, promover una especie como de transformación en nuestras emociones y en nuestras pasiones.
La música tiene este poder. Precisamente, en el ensayo que consagro a Monteverdi muestro de distinto modo, y a través de una analítica referida a la opera de Monteverdi, cómo la música exhibe su poder precisamente en esta capacidad que tiene de conmover. De conmover, por ejemplo, en el tercer acto de la ópera, la fábula y música de Monteverdi, la capacidad que tiene de transformar un poco los sentimientos incluso un escenario hostil como es el escenario del hades, del infierno, donde precisamente es el origen, la raíz de la tragedia que delata la historia de Orfeo según la documenta Virgilio y Ovidio que son las principales fuentes clásicas de Orfeo. Prueba el poder de la música, el poder de la lira que de alguna manera suscita el cántico, precisamente al conmover a Proserpina, a Plutón, que son los representantes de las instancias infernales.
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