domingo, 24 de agosto de 2008

Le Chant des Sirènes. Do

Lo importante es la propia música: sobre todo, saberla oír y saberla escuchar impregnándonos del placer que nos transmite, de la afectividad que nos remueve y de las ideas que nos suscite, que nos sugiere las ideas no son sólo ideas de la razón, en sentido estrictamente filosófico. La filosofía, evidentemente, tiene por función elaborar esas ideas, construirlas, darles un cauce a través del lenguaje, a través de la expresión, a través de la escritura. La música lo puede hacer con un medio, que a todos los que de alguna manera nos dedicamos al uso de la palabra -como es mi caso, evidentemente-, pues nos produce una enorme fascinación. Nos produce una enorme fascinación precisamente por ese carácter, como si dijéramos, de discurrir de la idea y de la inteligencia que provoca conocimiento. Conocimiento de nosotros mismos, conocimiento del mundo y, sin necesidad precisamente del concurso de la palabra. Esto, en cierta manera, podríamos decir que es una deficiencia; en cierta manera también es una enorme ventaja. Hay un pleito que se arrastra desde muy antiguo, ¿"prima la música, poi la parole", o "prima la parole, poi la musica"? Es un tema de una de debate.
Un gran tema recogido por ese gran músico testamentario del siglo XX -yo le destaco mucho, le valoro muchísimo- que es Richard Strauss. Me refiero, sobre todo, a su gran opera última Capriccio, en donde el gran tema es escenificar qué es primero, si la palabra o la música, el tono musical, o sea, la palabra y la música determinada, la música ya especificada por la armonía, o la palabra poética, poesía o música. Música o poesía: qué es lo primero. Lo escenifica de una manera estupenda Richard Strauss en una comedia deliciosa. Pero, en realidad, es un ensayo musical, es un ensayo. Él mismo lo quería llamar así, al principio, en forma de una ilustración musical. pero está tan bien trabada la unión de texto y música que, al final, lo que genera es una estupenda comedia. Es la pretensión de un poeta y de un músico en relación a una bella duquesa, viuda, condesa, ahora no me acuerdo..., Madeleine se llama, que en cierta manera está totalmente indecisa en cuanto a decantarse hacia el poeta o hacia el músico.
¿Qué es mejor, la palabra o la música? ¿Qué es mejor, la poesía o la música? El experimento se realiza mediante un poema, un bello poema que compone el poeta, en realidad, es un poema, hermosísimo soneto, que, recitado, realmente tiene toda su maestría y su arte. Es una pieza completa en la recitación, pero el compositor también descubre que si se le pone música, surge otra cosa, se transforma, es como cuando escuchamos una canción, cuando escuchamos recitada un estupendo poema de Goethe y luego escuchamos al mismo poeta Goethe, pero, digamos, con la forma musical que le puede dar Schubert, o alguno de los grandes compositores que se han ocupado de las piezas de Goethe. La mujer Madeleine se encuentra completamente dividida en su corazón entre estos dos amores. En realidad, ama a los dos. No desearía prescindir de ninguno, porque si prescinde de uno de ellos, pues, realmente se encuentra en la misma tesitura de frustración y renuncia que si prescinde del otro. Y, al final de la obra, que en realidad es una especie de gran ensayo respecto a esa decisión, se posterga esta gran decisión para el día siguiente. La opera termina con Madeleine yéndose sola a cenar y postergando o dejando para el día siguiente a las once de la mañana en donde decidirá si decanta su corazón hacia el poeta o hacia el músico. Ella misma, en el curso de la opera, no da ninguna indicación de qué es lo que prefiere.
Yo diría que algo parecido se me ocurre decir, que algo parecido diría en la relación entre música y filosofía: ¿"prima la música, por la filosofía" o "prima la filosofía, por la música"? Yo creo que es una relación, que ha sido a veces una relación de desencuentro que ha dado lugar a muchos olvidos. Yo destaco y señalo con gran escándalo y consternación cómo el siglo XX ha sido poco perceptivo con la música, salvo el caso extraordinario de Adorno y algunos pocos más. En España, por ejemplo, pues, es penoso el descuido que este tema de la relación filosofía y música ha tenido. Se ha producido muy poca filosofía de la música. Un estudio concretamente, pues, de García Bacca de filosofía de la música. Yo reconozco que no lo entiendo mucho y que, por tanto, es por esta razón por la cual tampoco me refiero a el, pero ni Ortega y Gasset ni Zubiri -un poquito más María Zambrano-, no han tenido una atención preferente, temática sobre la música. Lo mismo podíamos decir de Heidegger, que es el filósofo de la voz, el filósofo del silencio, el filósofo que constantemente está refiriéndose a la escucha, la música no le dice nada. Eternidad que tiene bueno, es un libro originario la voz y el fenómeno que habla continuamente, constantemente pues del fonocentrismo, de la fonología como elemento en el cual se constituye el sentido y, en cambio la música no aparece en su teoría.
Bien, yo es un poco en esta intención, con la que yo también en ese libro que acabo de publicar y a los próximos que intento, espero y deseo seguir realizando, los próximos proyectos. Se encomienda una especie como de corrección a este sentido. Corrección un poco a esta dirección, de manera que el encuentro de filosofía y música sea mucho más armónico, o tenga mucho más que ver con los orígenes mismos de la filosofía en la época de la tradición pitagórica o de Platón, donde música y filosofía formaban un extraordinario consorcio.

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