La música tiene ese poder, ejerce ese poder en el cielo y en la tierra. En el cielo en tanto que remueve un poco las armonías, las armonías que están presentes en las esferas, según su construcción a partir de la teoría pitagórica, que Platón incorpora, y que tiene también sus raíces en la tradición órfica. Las primeras religiones, que en cierta manera tratan de hallar una especie de unión, de mediación entre el mundo divino y el mundo humano, entre los seres humanos, seres dobles, seres ambiguos, seres mortales e inmortales a la vez, y el mundo de lo divino en cierta manera que fue marcado en su enorme distancia y separación respecto a los seres mortales o a los humanos.
Bien, con esto, lo que estoy explicando es que inicialmente intenté escribir un libro que se llamara Pensar la música , pero a medida que fui recorriéndolo, a medida que fui acercándome a la música de una manera concreta -y eso respecto a mi propia manera de acercarme a la música significa como les he dicho aproximarme a los principales compositores occidentales-, me di cuenta de algo extraordinario, que me hizo modificar sustancialmente el proyecto y el programa que tenía previsto respecto a este libro. Y es que yo no tenía que pensar la música, yo tenía que escucharla, porque la música piensa. Por decirlo de alguna manera el pensamiento está en la propia música. Es la música la que en sus medios, con sus formas, con su personal metodología desarrolla formas de pensamiento. No son formas de pensamiento distintas que las que elaboramos nosotros a través del lenguaje. Precisamente una de las características de la música es que tiene una autonomía propia, específica respecto a las formas lingüísticas. Es verdad, que la música impregna también nuestras formas linguísticas, es verdad que en la conjunción de música y lenguaje se produce el cántico, se produce la canción, se produce también la dramatización de esa canción. Por ejemplo, esa gran invención occidental, que justamente ocurre y se operan en tiempos de Monteverdi, pues el propio Monteverdi es el que la desencadena desde la opera, esa conjunción llamémosle de dramatización de la voz, a través precisamente de esa intensificación que la música piensa.
Es la propia música la que, de alguna manera, desarrolla formas de pensamiento, pero, a través de ese cauce sonoro, esa materialidad sonora que nos es familiar, que nos acompaña en torno a nuestra existencia. Yo digo siempre que la música, lo mismo que otras cosas, que pueden ser extraordinarias y también terribles, como es la religión, acompaña a la aventura humana desde su origen. Uno no puede imaginar comunidad humana, comunidad lo más arcaica en donde el homus simbólico, el sapiens sapiens esté presente, que no tenga esta inscripción, esta forma, esa forma de cultura, esta primera forma de cultura que es la música.
La música acompaña al hombre desde su origen. Me atrevería a decir, incluso, que acompaña al hombre antes de que exista, antes de su origen. Todos los aquí presentes hemos vivido ya dos vidas. Está por ver si puede haber también o podemos extrapolar esta doble existencia a una tercera. Ahí encontramos un terreno de debate y discusión, por cierto, enormemente fecundo. Aquí es donde se aloja una de las raíces, a mi modo de ver importante, de lo que pudiéramos entender como exigencia, iluminación, gnosis de tipo religioso. Hemos vivido dos vidas. Una, la que reconocemos como tal, desde que hemos nacido, desde nuestra propia existencia, existencia, existir significa ser fuera de las causas, haber sido arrojado; existencia siempre tiene un cierto carácter de expulsión; hemos sido expulsados de un cierto edén matricial y que documenta sobre una vida anterior de la que guardamos poca memoria consciente, pero de la que, en cierta manera, nos nutrimos en toda nuestra carnalidad, incluso yo diría en la memoria inconsciente.
La música evoca esa segunda memoria, esa memoria inconsciente; y por esto no fue ajeno a ello que Platón, cuando habla de reminiscencia, cuando habla de remontar a una vida preexistente, se acordó siempre de la música. La filosofía tenía que estar acompaña con la música. Esa vida anterior a la vida en que reconocemos como aquella en la cual descubrimos el mundo en nuestra propia existencia, es la vida anterior que hemos vivido en la matriz, en el orden matricial, en ese mundo intrauterino que desde las investigaciones embriológicas más refinadas y más recientes se considera como un ámbito privilegiado para entender el origen enormemente arcaico y ancestral. Una especie de fenómeno originario del sentido en donde surge la música.
Bien, con esto, lo que estoy explicando es que inicialmente intenté escribir un libro que se llamara Pensar la música , pero a medida que fui recorriéndolo, a medida que fui acercándome a la música de una manera concreta -y eso respecto a mi propia manera de acercarme a la música significa como les he dicho aproximarme a los principales compositores occidentales-, me di cuenta de algo extraordinario, que me hizo modificar sustancialmente el proyecto y el programa que tenía previsto respecto a este libro. Y es que yo no tenía que pensar la música, yo tenía que escucharla, porque la música piensa. Por decirlo de alguna manera el pensamiento está en la propia música. Es la música la que en sus medios, con sus formas, con su personal metodología desarrolla formas de pensamiento. No son formas de pensamiento distintas que las que elaboramos nosotros a través del lenguaje. Precisamente una de las características de la música es que tiene una autonomía propia, específica respecto a las formas lingüísticas. Es verdad, que la música impregna también nuestras formas linguísticas, es verdad que en la conjunción de música y lenguaje se produce el cántico, se produce la canción, se produce también la dramatización de esa canción. Por ejemplo, esa gran invención occidental, que justamente ocurre y se operan en tiempos de Monteverdi, pues el propio Monteverdi es el que la desencadena desde la opera, esa conjunción llamémosle de dramatización de la voz, a través precisamente de esa intensificación que la música piensa.
Es la propia música la que, de alguna manera, desarrolla formas de pensamiento, pero, a través de ese cauce sonoro, esa materialidad sonora que nos es familiar, que nos acompaña en torno a nuestra existencia. Yo digo siempre que la música, lo mismo que otras cosas, que pueden ser extraordinarias y también terribles, como es la religión, acompaña a la aventura humana desde su origen. Uno no puede imaginar comunidad humana, comunidad lo más arcaica en donde el homus simbólico, el sapiens sapiens esté presente, que no tenga esta inscripción, esta forma, esa forma de cultura, esta primera forma de cultura que es la música.
La música acompaña al hombre desde su origen. Me atrevería a decir, incluso, que acompaña al hombre antes de que exista, antes de su origen. Todos los aquí presentes hemos vivido ya dos vidas. Está por ver si puede haber también o podemos extrapolar esta doble existencia a una tercera. Ahí encontramos un terreno de debate y discusión, por cierto, enormemente fecundo. Aquí es donde se aloja una de las raíces, a mi modo de ver importante, de lo que pudiéramos entender como exigencia, iluminación, gnosis de tipo religioso. Hemos vivido dos vidas. Una, la que reconocemos como tal, desde que hemos nacido, desde nuestra propia existencia, existencia, existir significa ser fuera de las causas, haber sido arrojado; existencia siempre tiene un cierto carácter de expulsión; hemos sido expulsados de un cierto edén matricial y que documenta sobre una vida anterior de la que guardamos poca memoria consciente, pero de la que, en cierta manera, nos nutrimos en toda nuestra carnalidad, incluso yo diría en la memoria inconsciente.
La música evoca esa segunda memoria, esa memoria inconsciente; y por esto no fue ajeno a ello que Platón, cuando habla de reminiscencia, cuando habla de remontar a una vida preexistente, se acordó siempre de la música. La filosofía tenía que estar acompaña con la música. Esa vida anterior a la vida en que reconocemos como aquella en la cual descubrimos el mundo en nuestra propia existencia, es la vida anterior que hemos vivido en la matriz, en el orden matricial, en ese mundo intrauterino que desde las investigaciones embriológicas más refinadas y más recientes se considera como un ámbito privilegiado para entender el origen enormemente arcaico y ancestral. Una especie de fenómeno originario del sentido en donde surge la música.
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